martes, 28 de marzo de 2017

Necrológica de D. Domingo y lista de sus trabajos

Necrológica de D. Domingo Sánchez y Sánchez y lista de sus trabajos, que se publicó en Trabajos del Instituto Cajal de Investigaciones biológicas. Tomo XXXIX (XLIV de la “Revista trimestral micrográfica”, fundada por S. Ramón y Cajal). Madrid, 1947.

 
El 4 de enero de este año 1947, a los ochenta y seis años de una vida notoriamente laboriosa y fructífera, modelo de voluntad, murió D. Domingo Sánchez y Sánchez, y con ello perdió el Instituto Cajal un valioso colaborador, y todos, un querido compañero.

Nacido en Fuenteguinaldo (Salamanca), de modestos labradores, compartiendo las labores del campo, recibió la instrucción primaria y comenzó la secundaria con el párroco. A los veintiún años, se hizo bachiller en Ávila, obteniendo el premio extraordinario y emprendió la carrera de Ciencias Naturales, que terminó en 1885, cuando tenía veinticinco años, marchando inmediatamente a Filipinas, como Auxiliar y Colector zoológico.

A los nueve años de su estancia allí, inició sus estudios de Medicina, que interrumpió por la pérdida de aquel archipiélago, terminándola en Madrid en 1900, cuando contaba cuarenta años.

Iniciado en las técnicas histológicas corrientes en el Laboratorio de Histología de la Facultad de Medicina de Madrid, en los últimos años del pasado siglo XIX, fue acogido por CAJAL en el Laboratorio de Investigaciones Biológicas al poco tiempo de su fundación, y en él se dedicó —por designio del maestro y bajo su dirección— al estudio del sistema nervioso de los invertebrados, de una manera ininterrumpida hasta su fallecimiento.

Además del gran estudio sobre la retina y los centros ópticos de los insectos que, colaborando con CAJAL, apareció en 1915, sus contribuciones al conocimiento del sistema nervioso de los invertebrados son numerosas, valiosísimas y apreciadas por cuantos se ocupan en el mundo de estas cuestiones. Destacan sus monografías sobre el sistema nervioso de los hirudíneos; sobre la histólisis de los centros nerviosos de los insectos durante la metamorfosis; sobre la histogénesis de la retina de los centros nerviosos en estos animales, así como sobre el origen y evolución de algunos elementos de la neuroglia. Otras estructuras de los invertebrados también fueron esclarecidas por sus observaciones, tales como los conductos intraprotoplásmicos de las células intestinales de algunos isópodos, la red de CAJAL-FUSARI de las fibras musculares de los ganglios linfáticos de los hirudíneos.

Como naturalista, cultivó especialmente la Antropología, siendo varios los trabajos publicados en la Revista de la Sociedad Española de Antropología, de la que fue bibliotecario desde 1921 a 1927, Secretario desde 1927 a 1934 y Secretario honorario hasta 1941.

Además ejerció con amor la profesión de médico y enseñó Física como profesor numerario en la Escuela Superior de Artes e Industrias, más tarde Escuela Superior del Trabajo, de Madrid.

Su amor a la ciencia y su férrea voluntad le hicieron vencer las circunstancias que durante toda su vida ponían trabas a su decidida vocación y, con paciencia y laboriosidad ejemplares, supo contribuir espléndidamente al esclarecimiento de la estructura del sistema nervioso de los invertebrados, manejando con pericia técnicas de gran dificultad.

FRANCISCO TELLO

LISTA DE TRABAJOS PUBLICADOS POR DON DOMINGO SÁNCHEZ SÁNCHEZ

  1. Memoria sobre un insecto enemigo de los cafetos. (Informe oficial) Manila, 1890.
  2. “Los mamíferos de Filipinas”. Tesis para aspirar al grado de Doctor en Ciencias Naturales. Anal. Soc. Esp. Hist. Nat., 1898 y 1900.
  3. “Nota sobre el divertículo de la bolsa copulatriz o vesícula seminal del Halix aspersa Müll. Bol. Soc. Esp. Hist. Nat., 1901.
  4. “Concepto fisiológico de la menstruación”. Tesis para aspirar al grado de Doctor en Medicina. La Otorrinolaringología Española, 1902.
  5. “Un sistema de finísimos conductos intraprotoplásmicos hallados en las células del intestino de algunos isópodos”. Trab. Lab. Invest. Biol., 1904
  6. “Concepto fundamental de la menstruación”. La Correspondencia Médica, 1904-1905.
  7. “Contribución al estudio de los aparatos tubulares endocelulares de los invertebrados”. Bol. Soc. Esp. Hist. Nat., 1904.
  8. “L’appareil reticulaire CAJAL-FUSARI des muscles striés”. Trab. Lab. Inv. Biol., 1907.
  9. “El Laboratorio biológico marino de Baleares y su inauguración”. Bol. Soc. Esp. Hist. Nat., 1908.
  10. “El método de CAJAL en el sistema nervioso de los invertebrados”. Asoc. Esp. Progreso Ciencias. Congreso de Zaragoza, 1908.
  11. “El sistema nervioso de los hirudíneos”. Parte I. Trab. Lab. Invest. Biol., 1909.
  12. “Sobre los ganglios linfáticos de los hirudíneos”. Bol. Soc. Esp. Biol., 1911.
  13. “El sistema nervioso de los hirudíneos”. Parte II. Trab. Lab. Invest. Biol., 1912.
  14. “Consideraciones críticas sobre el estado actual de la Antropometría”. Mem. Soc. Esp. Hist. Nat., 1913.
  15. “Sobre la estructura íntima de la fibra muscular de los invertebrados”. Trab. Lab. Invest. Biol., 1913.
  16. “Sobre las terminaciones nerviosas motrices de los insectos”. Trab. Lab. Invest. Biol., 1913.
  17. “Sobre la revelación y fijación de huellas dactilares invisibles”. Bol. Soc. Esp. Biol., 1913.
  18. “Resumen de un curso de Antropología criminal”. Rev. De Med. Y Cir. Prácticas, 1916.
  19. “Datos para el conocimiento histogénico de los centros ópticos de los insectos. Evolución de algunos elementos retinianos del Pieris Brassilicae L. Trab. Lab. Invest. Biol., 1916.
  20. “Sobre ciertos elementos aisladores de la retina periférica del Pieris Brassicae L.”. Trab. Lab. Invest. Biol., 1918.
  21. “Sobre el desarrollo de los elementos nerviosos de la retina periférica del Pieris Brassicae L.”. Trab. Lab. Invest. Biol., 1919.
  22. “Sobre la existencia de un aparato táctil en los ojos compuestos de las abejas”. Trab. Lab. Invest. Biol., 1920.
  23. “Sobre el artículo “La obra de CAJAL y el descubrimiento de LECHA-MARZO””. Bol. Lab. Plasmogenia de La Habana (Cuba), 1920.
  24. “Sobre la evolución de las neuronas retinianas en los lepidópteros”. Bol. Soc. Esp. Hist. Nat., 1921.
  25. “Un cráneo humano prehistórico de Manila (Filipinas)”. Mem. Soc. Esp. Hist. Nat., 1921.
  26. “Sobre el uso de utensilios de piedra en España en el siglo XX”. Actas y Mem. Soc. Esp. Antrop. Etnograf. y Prehist., 1922.
  27. “Investigaciones sobre la histólisis de los centros nerviosos de algunos insectos y su influencia en la metamorfosis”. Libro en honor de don SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL, 1922.
  28. “Los esqueletos yacentes del Museo Antropológico. Un nuevo sistema de montaje de esqueletos”. Ac. y Mem. Soc. Esp. Antrop. Etn. y Prehist., 1923.
  29. “Las dos clases de neuronas fotosensibles de los ojos compuestos de los insectos y sus probables funciones”. Arch. Neurobiol., 1922.
  30. “Action spécifique des bâtonnets rétiniens des insectes”. Trav. Lab. Rech. Biol., 1923.
  31. L’histolyse dans les centres nerveux des insectes. Trav. Lab. Rech. Biol., 1923.
  32. “Influence de l’histolyse des centres nerveux des insectes aux métamorphoses. Trav. Lab. Rech. Biol., 1924.
  33. “El descubrimiento de la histólisis en los centros nerviosos de los insectos”. Arch. Neurobiol., 1924.
  34. “Influencia de la histólisis de los centros nerviosos de los insectos”. Arch. Neurobiol., 1925.
  35. “L’histogenèse dans les centres nerveux des insectes pendant les métamorphoses”. Trav. Lab. Rech. Biol., 1925.
  36. “Relaciones entre los ojos de las orugas y los de las mariposas”. Rev. Esp. Entomología, 1926.
  37. “La histogénesis en los centros nerviosos de los insectos durante la metamorfosis”. Arch. Neurobiol., 1926.
  38. “Estilizaciones prehistóricas conservadas en utensilios usados en los tiempos actuales”. Ac. y Mem. Soc. Esp. Antrop. Etn. y Prehist., 1926.
  39. “Consideraciones preliminares sobre los materiales recogidos por el P. César Morçan, agustino, en el dolmen de Castro-Enríquez (Salamanca)”. Ac. y Mem. Soc. Esp. Antrop. Etn. y Prehist., 1927.
  40. “Les agents histolysants du système nerveux des insectes”. Trav. Lab. Rech. Biol., 1927-1928.
  41. “Breve bosquejo de la labor científica del Dr. D. Santiago Ramón y Cajal sobre investigación biológica”. Bol. Comité Esp. Unión Internac. Ciencias Biológicas, 1928.
  42. “Algunos cráneos procedentes de cavernas de las islas Calamianes (Filipinas)”. Ac. y Mem. Soc. Esp. Antrop. Etn. y Prehist., 1928.
  43. “Los agentes histolizantes del sistema nervioso de los insectos”. Arch. Neurobiol., 1929.
  44. ¡Salus tibi Magister!”. Bibliografía Médica Chirurgica, 1930. Artículo publicado con motivo del LXXVIII aniversario de Cajal.
  45. “Don Manuel Antón Ferrándiz. Nota necrobiográfica. El Instituto de Málaga”. Revista mensual de Segunda Enseñanza.
  46. “El Excmo. Sr. D. Manuel Antón Ferrándiz. Nota biográfica”. Ac. y Mem. Soc. Esp. Antrop. Etn. y Prehist., 1931.
  47. Les agents histolysants du système nerveux dans la queue des têtards. Trav. Lab. Rech. Biol., 1931.
  48. ”Dos nuevos tipos de máquinas neumáticas y algunas consideraciones sobre el vacío”. Axioma, órgano del la Fed. Nac. de Ingenieros, 1932.
  49. “El cerebro de una mujer microcéfala muerta en el Manicomio de Ciempozuelos”. Ac. y Mem. Soc. Esp. Antrop. Etn. y Prehist., 1930.
  50. Contribution à la connaissance de la structure des corps fungiformes (calices) et de leurs pédicules chez la blatte (Stylopyga Blata orientalis L.)”. Trav. Lab. Rech. Biol., 1933.
  51. “Algunas consideraciones sobre las causas y el mecanismo de la histólisis del sistema nervioso”. Arch. Neurobiol., 1934.
  52. Contribution à l’étude de l’origine et de l’évolution des certaines types de névroglie chez les insectes”. Trav. Lab. Rech. Biol., 1935.
  53. “Cajal”. Discurso leído en la sesión necrológica celebrada el 14 de mayo de 1935 por la Soc. Esp. Antrop. Etnograf. y Prehist. en memoria de su Presidente honorario, Excmo. Sr. D. Santiago Ramón y Cajal. Madrid, 1936.
  54. “Une cellule géante trouvée dans le lobe cérébral des abeilles”. Trav. Lab. Rech. Biol., 1936-37.
  55. Sur le centre antenno-moteur ou antennaire postérieur de l’abeille”. Trav. Lab. Rech. Biol., 1936-37.
  56. “Datos para el conocimiento de la estructura de los cuerpos fungiformes (cálices y sus pedículos en la cucaracha Stylopyga Blatta orientalis L.)”. Arch. Neurobiol., 1937.
  57. Contribution à la connaissance des centres nerveux des insectes. Nouveaux apports sus la structure du cerveau d’abeilles (Apis melifica)”. Trab. del Instituto Cajal, 1940 y 1941.
  58. “Contribuciones para la investigación biológica. Primera parte : Los tropismos, los reflejos y los instintos. Su génesis y su realización”. Trab. del Inst. Cajal, 1943.
  59. “Contribuciones para la investigación biológica. Segunda parte : Los desplazamientos de los animales. Emigraciones”. Trab. del Inst. Cajal, 1944.
  60. “Contribuciones para la investigación biológica. Tercera parte : Participación del sistema nervioso para la realización de los instintos”. Trab. del Inst. Cajal, 1945.
  61. S. RAMÓN Y CAJAL y DOMINGO SÁNCHEZ: “Contribución al conocimiento de los centros nerviosos de los insectos. I: Retina y centros ópticos”. Trab. Lab. Invest. Biol., 1915.
  62. S. RAMÓN Y CAJAL y DOMINGO SÁNCHEZ: “Sobre la estructura de los centros nerviosos de los insectos”. Rev. Chilena de Hist. Nat., 1921
  63. BARRAS DE ARAGÓN y DOMINGO SÁNCHEZ: “Informe relativo a los huesos, utensilios y otros materiales procedentes de Tabernes de Valldigna (Valencia)”. Ac. y Mem. Soc. Esp. Antrop. Etn. y Prehist., 1925.
  64. DOMINGO SÁNCHEZ y JORGE RAMÓN: “Curso breve de investigaciones biológicas realizado en el Laboratorio biológico marino de Málaga”. Bol. de Pescas, publicado por el Ins. Esp. Oceanográfico, 1926
  65. ÁNGEL SÁNCHEZ HERRERO y DOMINGO SÁNCHEZ: “Un nuevo sistema craniométrico ideado por ÁNGEL SÁNCHEZ HERRERO y dado a conocer por su padre, DOMINGO SÁNCHEZ Y SÁNCHEZ”. Actas y Mem. Soc. Esp. Antrop. Etn. y Prehist., 1931.

lunes, 20 de marzo de 2017

Reseña biográfica manuscrita de Don Domingo

El Instituto Cajal conserva en su archivo gran parte de los documentos que conforman el archivo personal de D. Domingo Sánchez, muchos de ellos aparecen referenciados y catalogados en el Legado Cajal.

Desde el Instituto Cajal nos han hecho llegar una copia de esta reseña biográfica de 12 páginas manuscritas, que D. Domingo escribió para D. Fernando de Castro, uno de los discípulos más jóvenes de D. Santiago Ramón y Cajal.

Transcripción del texto que escribió D. Domingo.

Para D. Fernando de Castro

Breve reseña biográfica del Dr. D. Domingo Sánchez y Sánchez

Nació el 1º de Noviembre de 1860 en Fuenteguinaldo, villa del partido judicial de Ciudad Rodrigo (Salamanca).

Hijo de labradores modestos, alternó durante mucho tiempo la asistencia a la escuela con las faenas de la agricultura y la guardería de ganados.

Contaba ya más de 15 años cuando principió sus estudios guiado por el entonces cura párroco de su pueblo, hombre meritísimo y ejemplar, y luego, por fallecimiento de éste, pasó como alumno interno al Seminario Conciliar de Ciudad Rodrigo. Cuando este centro se agregó al Instituto de Salamanca, incorporó sus estudios, continuando con carácter oficial, los del Bachillerato, trasladándose poco después a Ávila, donde terminó el Grado e hizo la reválida en junio de 1881 obteniendo , mediante oposición el premio extraordinario y el título de Honor.

Cursó en Madrid la carrera de Ciencias Naturales, que terminó en junio de 1885.

Ya en mayo de ese mismo año había sido nombrado Auxiliar Zoológico de la Comisión de la Flora de Filipinas, organismo afecto a la Inspección de Montes de aquel Archipiélago, nombramiento que aceptó a condición de no marchar a Ultramar hasta después de haber terminado la carrera.

Concediósele, en efecto, la prórroga necesaria y el 1º de agosto embarcó en Barcelona con rumbo a aquellas islas.Fue poco afortunado en aquel destino, puesto que por Real Decreto de 26 de febrero del año siguiente (1886) se suprimió aquella Comisión quedando él cesante.

Entonces se le comisionó para recolectar, ordenar y clasificar objetos de los que habían de figurar en la Exposición General de Filipinas que se celebró en Madrid en 1887.

Encargado de las colecciones zoológicas de dicha Exposición, vino a la Península y prestó servicios en la instalación, ordenación y catalogación de objetos mientras duró aquel certamen, habiendo sido agraciado entonces con la Encomienda de Número de Isabel la Católica libre de gastos.

Durante su estancia en Madrid con ese motivo, aprobó las asignaturas del Doctorado de su carrera de Ciencias.

Mientras tanto había sido creada en la misma Inspección de Montes de Filipinas, una plaza de Colector Zoológico, para cuyo cargo fue nombrado, y cuando la Exposición se dio por terminada, regresó a aquellas Islas llevando los premios adjudicados en aquel certamen a los expositores residentes en el Archipiélago.

A poco de su regreso fue comisionado para estudiar una enfermedad que amenazaba destruir las plantaciones de café y como resultado de aquel estudio publicó, con carácter oficial, en calidad de informe, un trabajo titulado: “Memoria sobre un insecto enemigo de los cafetos”, que mereció luego el primer premio en la Exposición Provincial de Batangas de 1891.

De regreso a Manila, poco después de terminada esa comisión, tuvo una erupción de viruelas hemorrágicas que puso en peligro su vida hasta el punto de que un periódico de la localidad publicó la noticia, afortunadamente falsa, de su fallecimiento.

Durante su permanencia en Filipinas (cerca de 14 años) recorrió gran parte del Archipiélago, visitando varios volcanes, descendiendo hasta el fondo del antiguo cráter del de Taal.

En una excursión permaneció más de ocho días en una ranchería de negritos de la falda oriental de la montaña de Mariveles y, a pesar de ser considerados como feroces y crueles enemigos de los cristianos, recibió de ellos todas las deferencias y consideraciones que permitía su estado salvaje, merced a lo cual pudo estudiar a su sabor sus usos, costumbres y creencias.

Explorando la isla de Paragua visitó varios destacamentos, misiones y rancherías. En una de éstas formada de tagbamias, próxima a la capital de la isla, donde permaneció poco tiempo cazando, saqueó los depósitos de cadáveres cogiendo cráneos, esqueletos y sarcófagos enteros. A pesar del sigilo con que se realizó el saqueo, el más horrendo de los delitos, aquellas pobres gentes debieron enterarse, pues en la misma noche en que aquel tuvo lugar, incendiaron la choza donde él se albergaba creyéndole dentro y dormido. Mas sospechando la venganza, habían abandonado cautelosamente él y sus servidores la ranchería.

En una de sus varias excursiones por la isla de Mindoro encontró, en los bosques del interior, a dos naturalistas americanos que se mostraron muy sorprendidos porque, según dijeron, era la primera vez que llegaba hasta donde ellos estaban cazando, un naturalista español. Esa manifestación le molestó algún tanto; pero procuró disimular y les respondió que algunas veces los españoles llegamos hasta donde lleguen los extranjeros.

Pocos días después en Calapán, capital de la isla, les expuso su propósito de realizar una excursión por el sur de ésta a un sitio poco explorado. Ellos dijeron que aquel propósito era irrealizable por lo peligroso tanto en el viaje por mar con los elementos de que él disponía, como en tierra por la calidad de las gentes con quienes había de tropezar. A pesar de esos antecedentes, la realizó y a su regreso se apresuró a verlos para participarles que la excursión había sido posible y resultado muy provechosa, con lo cual les demostraba que, en efecto, los españoles son o somos capaces de ir a donde vayan los demás.

Por cierto que, a los pocos días de emprender aquella excursión, circuló por Calapán la noticia de que había sido asesinado por los bandidos que se ocultaban en aquella isla un español, en una de las misiones por donde él había de pasar en su viaje y todos supusieron que fuera él la víctima, tanto que el párroco de aquella ciudad aplicó durante un mes la misa por la salvación de su alma. Mas tampoco esta vez resultó cierta la noticia de su muerte. No fue él la víctima de los bandidos, al contrario permaneció en los bosques del interior durante catorce días cazando acompañado por seis individuos de una cuadrilla de bandoleros con los cuales vivió en la mejor armonía.

Visitó también varias rancherías de igorrotes de las montañas del Norte de Luzón, en una de las cuales, la de Babili, situada en la falda oriental del monte Datá, cuyos habitantes son considerados, con razón, como unos de los más feroces y sanguinarios, logrando que le enseñasen ellos mismos los depósitos de sus cadáveres insepultos, depósitos que saqueo una noche extrayendo ocho cráneos. Y como esa violación se consideraba por ellos como el mayor de los delitos, hubo de abandonar rápidamente la localidad bajo un fútil pretexto, poniendo tierra de por medio para evitar el grave peligro que corría su vida.

En sus cacerías por aquel Archipiélago logró reunir ricas colecciones zoológicas en las que figuraban la mayoría de las especies hasta entonces conocidas de aquella región y bastantes nuevas. Entre los ejemplares más notables recogidos  por él merecen citarse varios tamaraos (búfalos salvajes muy bravos y peligrosos, exclusivos de la isla de Mindoro); una serpiente pitón de más de ocho metros de larga; algunas pieles y esqueletos de orangután y otros muchos. Parte de aquellas colecciones se conservan en los Museos de Ciencias Naturales y de Antropología de Madrid y el resto fue destruido por el horroroso incendio producido en Manila en la noche del 28 de septiembre de 1897.

Fue durante muchos años Vocal Naturalista de la Junta Provincial de Pesca de Manila; Profesor de la Escuela de Artes y Oficios de la misma ciudad, y durante la última guerra colonial fue Teniente de la Guerrilla de Voluntarios de San Miguel, formada en Manila con personal adscrito a la Dirección de Administración Civil.

En 1896 vino a la Península con licencia durante la cual presentó en la Universidad Central, para aspirar al grado de Doctor, una memoria original titulada: “Los Mamíferos de Filipinas”, que mereció la calificación de Sobresaliente y se publicó en los Anales de la Sociedad Española de Historia Natural en los años 1898 y 1900.

Entonces ratificó el matrimonio que había contraído por poder en diciembre de 1892, regresando de nuevo a Filipinas en diciembre de 1896, cuando ya se había declarado la última insurrección de los indígenas, acompañado de su esposa y la única hermana que ésta tenía.

Dos años antes (en 1894), con propósito de fundamentar con más solidez sus estudios de Antropología, se matriculó oficialmente en la Universidad de Manila, en el primer curso de Medicina, tomando tal afición a esos estudios que decidió continuarlos, como lo hizo en efecto, cursando allí los tres primeros años y parte del cuarto. Mas ocurrida entonces (1897) la pérdida de las colonias, hubo de ser repatriado, como los demás elementos oficiales residentes en aquel Archipiélago, embarcando en Manila el 17 de enero de 1898 y desembarcando en Barcelona el 13 de febrero del mismo año.

Ya de regreso en España, acomodó a la familia (esposa, hija y hermana) en su pueblo natal y él se trasladó a Madrid para continuar la carrera de Medicina y prepararse para cuando hubiese oposiciones a plazas de su carrera de Ciencias.

En efecto, el año siguiente (en mayo de 1899) obtuvo por oposición una plaza de Ayudante del Museo de Ciencias Naturales de la Facultad de Ciencias, siendo destinado a las asignaturas de Zoología.

Hallándose entonces vacante la cátedra de Anatomía Comparada (denominada luego de Organofrafía y Fisiología animal) de la Universidad Central, dedicó preferente atención a esos estudios, con cuyo objeto procuró acercarse al Doctor Cajal para recibir sus enseñanzas de Histología, logrando autorización para asistir a su laboratorio de Histología normal y Anatomía Patológica de la Facultad de Medicina, donde completó sus conocimientos de Técnica y aumentó copiosamente los de Anatomía Comparada.

El año siguiente (el 2 de julio de 1900) se licenció en Medicina obteniendo la calificación de Sobresaliente.

En el curso 1900 a 1901 aprobó las asignaturas del Doctorado de Medicina mientras continuaba su preparación para las oposiciones a la cátedra de Organografía y Fisiología animal, que se celebraron en los primeros meses del año 1902, no alcanzando votos suficientes para ser propuesto en primer lugar.

A poco de haber terminado aquellas oposiciones era nombrado Auxiliar honorario del Laboratorio de Fisiología de la Facultad de Medicina y por entonces también el sabio maestro Doctor Cajal le ofreció un puesto en su Laboratorio de Investigaciones Biológicas, donde, según expresión del ilustre sabio, “pudiera trabajar con más holgura y comodidad” que en el de Histología de San Carlos.

En junio del mismo año (1902) presentó, para aspirar al grado de Doctor en Medicina, una memoria original titulada: “Concepto fundamental de la menstruación”, donde desarrollaba una nueva teoría sobre esa función, que mereció de la benevolencia del tribunal la calificación de Sobresaliente y fue después publicada en La Correspondencia Médica en los años 1904 y 1905.

Su familia había continuado en el pueblo, a donde él iba durante las vacaciones; mas al principiar el curso siguiente (en octubre de 1902) se trasladó aquella a Madrid, donde han seguido residiendo luego definitivamente.

El mismo año de 1902 fue nombrado Conservador del Museo de Ciencias Naturales y pasó a ser Auxiliar de ka Facultad de Ciencias, siendo destinado a las cátedras de Zoografía, Psicología experimental y Antropología, quedando después adscrito a esta última como Auxiliar y al Museo Antropológico como Conservador, en cuyos cargos continuó hasta su jubilación (en 1931).

En enero de 1905 fue nombrado Profesor numerario de la Escuela Superior de Artes y Oficios de Madrid y cuando se dividieron esos estudios en dos grupos distintos e independientes, uno que siguió llamándose de Artes y Oficios y el otro de Industrial, quedó adscrito a la que llevó el nombre de Escuela Industrial, que luego se denominó Escuela Superior de Trabajo, en la que continuó prestando servicios como Profesor hasta su jubilación en 1931.

Al organizar el Dr. Cajal su laboratorio de Investigaciones Biológicas le honró nombrándole (en enero de 1907) Ayudante Dibujante de dicho centro, con cuyo cargo pasó al Instituto Cajal creado por la Ley de Presupuestos que principió a regir en 1º de abril de 1920. En este centro ha tenido y sigue teniendo a su cargo los estudios relativos a la Neurología de Invertebrados. A pesar de haber cumplido la edad reglamentaria para la jubilación, ha continuado y continua desempeñando oficialmente cargo en dicho centro, a petición del sabio maestro, en virtud de Orden Ministerial dictada mediante acuerdo del Consejo de Ministros.

Al fallecimiento del Dr. Cajal y como  consecuencia de la adaptación del personal del referido Instituto, pasó a ocupar la plaza de Ayudante primero y Subdirector del mismo. Y últimamente, con motivo de la creación del Consejo Superior de Investigaciones Científicas y la consiguiente reorganización de servicios, fue nombrado Profesor Adjunto del Instituto “Santiago Ramón y Cajal”, dependiente del Patronato del mismo nombre, siguiendo encargado de los mismos estudios.

Fue durante dos cursos (1914 a 1915 y 1915 a 1916) Profesor de Antropología Criminal del Instituto Español Criminológico, dando al final del primero (el 23 de abril de 1915) en la Facultad de Derecho de la Universidad Central una Conferencia resumen de aquel curso que se publicó luego, en 1916, en la Revista de Medicina y Cirugía Prácticas.

Es miembro de la Real Sociedad Española de Historia Natural (desde 1885); fundador de la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria de la que fue primero Bibliotecario y luego Secretario hasta fines de 1934, en que a causa de una dolorosa desgracia de familia, hubo de dimitir tan honroso cargo, teniendo la satisfacción de haber sido honrado con el nombramiento de Secretario a perpetuidad de dicho organismo. Fue durante varios años miembro de la Asociación Española para el Progreso de las Ciencias y perteneció como fundador a la Sociedad Española de Biología, cuya secretaría desempeñó algún tiempo.

Vocal del Comité Español de la Unión Internacional de Ciencias Biológicas, dependiente del Consejo Internacional de Investigaciones y Vicepresidente de la Subcomisión de Biología y Fisiología General de dicho Comité.

Sus principales publicaciones son las siguientes: 

viernes, 27 de enero de 2017

Otras referencias biográficas de Don Domingo Sánchez

ACTAS DEL IV CONGRESO DE HISTORIA DE LA MEDICINA. Volumen II. Editado e impreso por el Secretariado de Publicaciones de la Universidad. Un. Gr. 51.75.14. Dep. leg. Gr. 258.1975. ISBN. 84.600.6691.6.
300 ejemplares. Printed in Spain.

HISTORIA DE LOS SABERES Y TÉCNICAS SOBRE EL SISTEMA NERVIOSO

RECUERDO BIOGRÁFICO DEL DR. DOMINGO SÁNCHEZ Y SÁNCHEZ, COLABORADOR DE D. SANTIAGO RAMÓN Y CAJAL EN LA INVESTIGACIÓN NEUROHISTOLÓGICA DE LOS INVERTEBRADOS

J. M. ORTIZ PICÓN
(pp. 94-96)
En la autobiografía de Cajal “Recuerdos de mi vida” (3ª edición, 1923) y; sobre todo, a lo largo de los 34 tomos de los “Trabajos del Laboratorio de Investigaciones biológicas de la Universidad de Madrid”, publicados entre los años 1904 y 1945, hay constancia de la mayor parte de la extensa e importante obra científica del doctor Domingo Sánchez y Sánchez. Quizá debido al singular carácter biológico de su obra, —y por su ingénita modestia personal— ha sido menos valorizado que otros discípulos directos de Cajal. Sin embargo, don Domingo, además de eminente naturalista fue un médico que merece recordación en un congreso de Historia de la Medicina. De una parte, porque su obra está estrechamente vinculada al “neuronismo cajaliano”, contribuyendo a vigorizarlo en época de controversia; y, de otra parte, porque transcurrida su vida entre los años 1860 y 1947 puede y debe ser incorporada a la Historia.

Nuestro biografiado nació el 1 de noviembre de 1860, en Fuenteguinaldo (villa del partido judicial de Ciudad Rodrigo, provincia de Salamanca). Hijo de modestos labradores, durante su adolescencia alternó la asistencia a la escuela con las faenas de la agricultura y el pastoreo. Por ello comenzó más tarde de lo habitual los estudios de segunda enseñanza, guiado por el entonces párroco de su pueblo, don José Rodero, hombre meritísimo y ejemplar, continuándolos en el Seminario Conciliar de Ciudad Rodrigo y luego en el Instituto de Ávila. En éste se graduó bachiller en 1881 con sobresaliente y ganando el título de honor mediante oposiciones.

La curiosidad del joven Domingo Sánchez por la Naturaleza, le induce a estudiar la carrera de Ciencias Naturales, que cursa en la Universidad de Madrid con los consiguientes sacrificios de todo orden impuestos por su vocación. Se licencia en 1885, e inmediatamente marcha a las lejanas Islas Filipinas con el cargo de “auxiliar-zoológico”. Desde allí colabora en la organización de la “Exposición general de Filipinas” que se celebró en España en 1887, y aporta gran cantidad de material para el nuevo Museo de Historia Natural que se instaló entonces en el edificio contiguo al hoy desaparecido Hipódromo del Paseo de la Castellana.

Domingo Sánchez regresa a España al producirse la pérdida de Filipinas a consecuencia del desastre de Cuba y de la firma del “Tratado de París” impuesto por los victoriosos EE. UU. de América. En Filipinas habíase ocupado Sánchez de estudiar el ciclo evolutivo de cierto insecto causante de daños en los cafetales; trabajo del que envió, en 1890, un informe oficial destinado al Ministerio. Además, en Filipinas elaboró su tesis doctoral de Ciencias que trata del estudio de 86 especies de mamíferos de aquellas islas. Este trabajo fue publicado en los “Anales de la Sociedad Española de Historia Natural”, tomos XXVII (1898) y XXIX (1900).

Regresado a España Domingo Sánchez, concluyó la carrera de Medicina, cuyo estudio había comenzado en Manila. Los últimos cursos de Medicina los cumplió trabajando en el laboratorio de la cátedra de Cajal. De aquella época son las primeras investigaciones de Sánchez referentes a particularidades histológicas de “Helix aspersa” (caracol) y otros invertebrados, así como su tesis doctoral de Medicina sobre “Concepto de la menstruación”, que publica en 1902.

El ya doble doctorado —en Ciencias y en Medicina— Domingo Sánchez. Empieza (en 1904) a publicar sus investigaciones sobre histología de invertebrados en la ya referida Revista dirigida por Cajal. Entre éste y Sánchez, sólo ocho años más joven, había surgido una cordial simpatía generadora de firmísima amistad. Cajal lleva a Sánchez a su laboratorio del Paseo de Atocha (ya en trance de convertirse en el primitivo “Instituto Cajal”) y le sugiere aplicar su recientemente ideado método del “nitrato de plata reducido” al estudio del sistema nervioso de los invertebrados. Fruto de esta sugerencia son dos excelentes trabajos del doctor Domingo Sánchez sobre “El sistema nervioso de los Hirudíneos” (publicados en 1909 y 1912) en que, además de una descripción exhaustiva de la cadena ganglionar y nervios periféricos de las sanguijuelas, estudia minuciosamente el sistema neurofibrilar de las neuronas de estos animales evidenciando objetivamente hechos que refutan la “teoría reticularista” de Bethe y Apathy, sustentada predominantemente por investigaciones de estos histólogos en invertebrados. Seguidamente, nuestro biografiado comprueba que las terminaciones nerviosas motrices de los insectos poseen homóloga disposición que las de los vertebrados; pues las ramillas neurofibrilares de la placa motriz se comportan, respecto a la fibra muscular, de manera semejante en insectos y en vertebrados.

Es por los años 1912 ó 1913 cuando Sánchez emprende —juntamente con Cajal— la investigación de los centros nerviosos de los insectos. Es la “obra cumbre” de nuestro biografiado, el cual la prosigue en solitario luego de morir Cajal. La primera parte es publicada en 1915 y comprende la retina y centros ópticos de los insectos superiores (abejas, libélulas, moscas, etc.). No es procedente analizar aquí esta monografía que abarca 168 páginas con 85 figuras entre el texto y dos láminas aparte. Representa una aportación tan fundamental y original sobre el tema, que ha sido resumidamente recogida en ciertos textos entomológicos. La importancia biológica de aquellas investigaciones es de tal magnitud, que da motivo a Cajal para escribir en sus “Recuerdos” (3ª edición, páginas 389 y 390) los párrafos siguientes:

“La complicación de la retina de los insectos es algo estupendo, desconcertante, sin precedentes en los demás animales. Cuando se considera la inextricable urdimbre de los ojos compuestos o en facetas; cuando se interna uno en el laberinto de las  neuronas y fibras integrantes de los tres grandes segmentos retinianos (capa de las “ommatidias”, retina intermediaria o “perióptico”, retina interna o “epióptico”,  etc.); cuando se sorprenden, no un “kiasma”, como en los vertebrados, sino tres “kiasmas” sucesivos de significación enigmática, amén de inagotable caudal de “células amacrinas” y de fibras “centrífugas”; cuando se medita, en fin, acerca del infinito número y primoroso ajuste de todos estos factores histológicos, tan sutiles, que los más potentes objetivos consienten apenas su percepción,  queda uno anonadado. ¡Y yo que, engañado por el malhadado prejuicio de la “seriación progresiva” de las estructuras zoológicas de función similar, esperaba encontrarme con un plan estructural sencillísimo y fácilmente abordable! Sin duda que zoólogos, anatómicos y psicólogos han calumniado a los insectos. Comparada con la retina de éstos al parecer humildes representantes de la vida (Heminópteros, Lepidópteros y Neurópteros), la retina del ave o del mamífero superior se nos aparece como algo grosero, basto y deplorablemente elemental. La comparación del rudo reloj de pared con exquisita y diminuta saboneta no da exacta idea del contraste. Porque el “ojo-saboneta” del insecto superior no consta solamente de más tenues rodajes, sino que entraña además varios órganos complicadísimos, sin representación en los vertebrados”.

Entre los años 1916 y 1926 publica don Domingo más de una docena de trabajos sobre neurohistología de insectos, tratando de histogénesis de la retina y centros ópticos de los Lepidópteros y, más particularmente de la especie “Pieris brassicae” (mariposa de la col), con estudios sobre la influencia de la histólisis sobre la metamorfosis. Estos trabajos aportan muchos datos nuevos y Sánchez expone no pocas ideas originales.

Creo que fue en 1927 cuando tuve la primera relación personal con don Domingo Sánchez. Siendo yo entonces estudiante de Medicina y atraído por sus singulares trabajos, tuve la curiosidad de acudir a un cursillo teórico-práctico sobre anatomía del sistema nervioso de los invertebrados, que don Domingo había organizado en la Facultad de Ciencias, de la que era profesor-auxiliar numerario. Asistimos media docena de alumnos; y recuerdo la cordial solicitud con que don Domingo nos aleccionó a preparar y teñir vitalmente (con el método de Ehrlich, al azul de metileno y bicromato) la cadena ganglionar de la sanguijuela. También nos mostró espléndidas preparaciones de cortes microtómicos de cabezas de abeja y de otros insectos impregnados por los métodos de Golgi y de Cajal. Agradezco a don Domingo haber vigorizado, con aquellas lecciones, mi vocación por la Histología.

Don Domingo Sánchez colaboró con don Francisco Barras de Aragón y don Manuel Antón Ferrándiz a la creación, en 1921, de la “Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria”. Y alternando con algunos trabajos referentes a dichas ciencias continuó sus más dilectas investigaciones sobre neurohistología entomológica. Durante los últimos lustros de su larga vida prestó preferente atención por el estudio del ganglio cerebroide de “Blata orientalis” (cucaracha) y, sobre todo de “Apis mellifica” (abeja obrera). Sobre la “Blata orientalis” publicó, en 1933, un trabajo acerca de la estructura de los llamados “cuerpos fungiformes”, situados en la parte frontal del ganglio cerebroide. Sobre “Apis mellifica”, destacan dos extensos trabajos referentes a la estructura del protocerebro de la obrera y del zángano, publicados en 1940 y 1941. Estos dos trabajos comprenden más de 150 páginas con 90 figuras, y deben ser considerados como la segunda parte del publicado, en 1915, en colaboración con Cajal.

Las últimas publicaciones de don Domingo Sánchez corresponden a los años 1943, 1944 y 1945. Tratan, respectivamente: de la génesis y realización de los tropismos, los reflejos y los instintos; de las emigraciones de los animales; y de la participación del sistema nervioso para la realización de los instintos.

El doctor Domingo Sánchez y Sánchez trabajó, pues, infatigablemente hasta poco antes de su fallecimiento ocurrido el 4 de enero de 1947.

Antes de concluir esta disertación, quiero recordar a don Domingo en aquellos primeros años de nuestra postguerra —y últimos de su vida— en lo que volví a tener relación personal con él. Ya octogenario, pero aún erguido en su aventajada estatura, con blanca cabellera y canoso bigote, y siempre vestido de luto, don Domingo acudía al “Instituto Cajal” entonces ubicado en el llamado “Cerro de San Blas” y detrás del Observatorio Astronómico. Bajábamos juntos, frecuentemente, a la Glorieta de Atocha en cuyas inmediaciones don Domingo tenía su domicilio. Durante el trayecto me hablaba del ganglio cerebroide de la abeja y de su “neurona gigantesca de significación enigmática”, o me relataba su encuentro con Cajal y la bondadosa acogida que este le dispensó a su regreso de Filipinas… Verdad es que sin esta circunstancia don Domingo Sánchez no hubiese abordado el difícil estudio de la neurohistología entomológica; pero también es cierto que la gran capacidad y eficacia de don Domingo, como histólogo, aparece como disminuida junto a la gigantesca figura de Cajal. Por lo demás paréceme que la extremada modestia del doctor Domingo Sánchez, su ferviente admiración e inquebrantable fidelidad por el maestro Cajal y también —¿por qué no decirlo?— la deficiencia de sentido crítico que es frecuente en los científicos españoles, han sido factores cooperantes para la insuficiente valorización de la obra realizada por el doctor Domingo Sánchez y Sánchez; el cual merece un puesto destacado en la histología española.

NOTA FINAL.
Conste mi agradecimiento a Doña Josefa Martí de Tortajada y Doña Concepción Ruiz Buitrago, investigadoras en el “Instituto Cajal” (laboratorio de invertebrados) por los datos que me han proporcionado para la redacción de este trabajo.

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Referencia incluida en la biografía de D. Santiago Ramón y Cajal.

Santiago Ramón y Cajal
Biografía escrita por José María López Piñero

La escuela histológica española
De la misma generación que Cajal era también el naturalista salmantino Domingo Sánchez Sánchez (1860-1947), su más importante colaborador en el terreno de la textura del sistema nervioso de los invertebrados. Ocupa un lugar peculiar en la Escuela Histológica Española, ya que conoció a Cajal casi a los cuarenta años, doce después de terminar la licenciatura en ciencias naturales, que pasó trabajando como “colector zoológico” en Filipinas, donde, aparte de recoger materiales de la fauna local para el Museo de Historia Natural de Madrid, y para una exposición dedicada al archipiélago, publicó una monografía sobre un parásito de los cafetales y preparó su tesis doctoral, que versó sobre casi un centenar de especies de mamíferos de las islas. De regreso a España en 1898, terminó los estudios de medicina que había iniciado en Manila. Con este motivo entró en relación con Cajal, a cuyo laboratorio se incorporó antes de graduarse. Desde el principio se centró en la investigación histológica de los invertebrados y, a partir de 1904, en el estudio de su sistema nervioso. En dicho año comenzó a utilizar el método del nitrato de plata reducido de Cajal, con el que consiguió una descripción exhaustiva de la estructura de la cadena ganglionar y de los nervios periféricos de los hirudíneos, así como de las terminaciones nerviosas motrices de los insectos. Sus hallazgos contribuyeron a consolidar la teoría neuronal frente a la reticularista, apoyada principalmente, como sabemos, en datos procedentes de los invertebrados. Su obra de investigador culminó con sus trabajos acerca de la neurohistología de los insectos. Sobresalen, a este respecto, ek ya citado sobre la retina y los centros ópticos de los insectos superiores (1915), que firmó en colaboración con Cajal, y sus estudios sobre el ganglio cerebroide de la Blata orientalis (1933) y el protocerebro de la Apis mellifica (1940-1941).[1] 
Por otra parte, fue profesor auxiliar en la Facultad de Ciencias de la Universidad de Madrid, se ocupó de diversas cuestiones de zoología y también de antropología, fundando en 1921, junto a Francisco Barras de Aragón y Manuel Antón Ferrandis, la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria. Con motivo de la sesión necrológica de esta asociación dedicó a Cajal, que había sido nombrado presidente honorario, Sánchez publicó un importante estudio acerca de su obra[2].





[1] Cf. J. M. Ortiz Picón, “Recuerdo biográfico del Dr. D. Domingo Sánchez y Sánchez, colaborador de D. Santiago Ramón y Cajal en la investigación neurohistológica de los invertebrados” En: Actas del IV Congreso Español de Historia de la Medicina, Granada, 1973, vol.II, pp. 93-96. J. M. López Piñero, “Sánchez Sánchez, Domingo”. En J. M. Lopez Piñero, T. F. Glick, V. Navarro Brotóns, E. Portela, dirs., Diccionario histórico de la ciencia moderna en España, Barcelona, Península, 1983, vol. II, pp. 298-299.
[2] Domingo Sánchez Sánchez, Cajal. Discurso leído… en la sesión necrológica celebrada el 14 de Mayo de 1935 por la Sociedad Española de Antropología, Etnografía y Prehistoria en memoria de su presidente honorario el Excmo. Sr. D. Santiago Ramón y Cajal. Madrid, s. i., 1936.

jueves, 19 de enero de 2017

Una aventura del Doctor Domingo Sánchez - José Manuel Reverte Coma


El Doctor José Manuel Reverte Coma (1922), fue discípulo de Don Domingo Sánchez Sánchez en el Instituto Cajal en los años 40 del siglo pasado. Este es un fragmento de la biografía inédita de D. Domingo que ha escrito el Dr. Reverte Coma y que ha publicado en http://www.gorgas.gob.pa/Documentos/museoafc/home.html

Como recuerdo al médico naturalista, biólogo, histólogo y antropólogo, Dr. D. Domingo Sánchez y Sánchez, el gran colaborador de CAJAL, cuya biografía aún inédita acabamos de escribir.

El valor trascendente de sus trabajos histológicos sobre los invertebrados y el silencioso y devoto apoyo que prestó a CAJAL en su obra, fueron precedidos de una juventud llena de acción y aventura, de la que estas líneas no son más que una muestra.
La figura del anciano investigador se recortaba contra el blanco resplandor de la nieve en aquella soleada mañana del mes de enero.
Envuelto en una espesa bufanda, con un gabán oscuro y su boina negra a lo Pío Baroja, ascendía lentamente la prolongada cuesta del Cajal, como llamábamos familiarmente al camino que discurría entre el Observatorio Astronómico, la Escuela de Ingenieros, el Retiro y la Cuesta de Moyano, desde la calle de Atocha hasta el edificio del Instituto Ramón y Cajal del Consejo Superior de Investigaciones Científicas.

Trabajaba yo por entonces como modesto becario postgraduado, recién terminados mis estudios de Licenciatura en Medicina, realizando con gran entusiasmo mi tesis doctoral sobre la Histopatología de las neoplasias de los Huesos y con la agilidad de mis 24 años, en aquellos tiempos heroicos en que ninguno teníamos coche, ni siquiera podíamos permitirnos el lujo de comprar una moto Montesa que valía 11.000 pesetas (y no protestábamos), subía y bajaba cuatro veces aquella cuesta lo mismo en el bochornoso verano que en el crudo invierno madrileño de entonces.
Aceleré el paso al divisar la oscura silueta y me coloqué a su lado.
— Buenos días Don Domingo.
— Buenos días, dijo, volviéndose hacia mí un poco sorprendido y quizás interrumpido en sus pensamientos. ¡Ah! ¿Es Usted? Vaya, vaya deprisa, siga a su paso, los jóvenes siempre van ligeros.
 No, Señor. Permítame acompañarle. No tengo prisa. Es que le vi de lejos y como voy para el Cajal, me dije: Haré compañía a D. Domingo si me lo permite.

Agradecía él la compañía y el tener un atento escucha de su conversación que era para mí como una novela de Julio Verne o de Mayne Reid.

Me encantaba hablar con el Dr. Domingo Sánchez. Aquel anciano, eternamente estudioso y sus inagotables historias, propias de un gran viajero que ha conocido medio mundo, sus relatos de Filipinas donde pasó 14 años de su juventud, sus historias del lejano Oriente, de sus travesías embarcado en los lentos vapores de la época, estimulaban mi ya excitada fantasía y me hacían soñar con ser protagonista algún día de parecidas aventuras.

No sé hasta qué punto pudo influir mi amistad con D. Domingo Sánchez en mi futuro, pero lo cierto es que pocos años después, emprendería yo el largo viaje que por espacio de 18 años me permitiría recorrer América, África, Oceanía y parte de Asia, atravesaría mares, selvas, montañas, recorrería islas exóticas y toda clase de climas en una búsqueda incansable del ser humano, para luchar contra sus enfermedades, ayudarle en sus problemas, aprender de los más diversos pueblos sus costumbres, sus tradiciones y su manera de ser y de pensar. Creo que yo ya estaba predispuesto, "marcado" si se me permite la expresión, pero el Dr. Sánchez fue el detonador que me dio el último empujón que yo necesitaba para, tomándole como modelo, seguir su vida azarosa de investigador y de eterno caminante.


Recientemente para terminar de escribir la biografía de aquel anciano que no renunciaba a caminar, a hacer ejercicio, a pesar de sus casi 80 años, hice un viaje especial a sus amadas Islas Filipinas y fui recorriendo uno por uno los escenarios de sus aventuras: la Isla de Luzón, los poblados igorrotes, la Isla de Samar, sus cuevas prehistóricas, los cementerios indígenas, Mindanao, Singapore, el Mar de la China, etc. 

Quién me iba a decir aquella nevada mañana en que subíamos lentamente hacia el Cajal, deteniéndonos de vez en cuando para tomar aliento, escuchando una vez más de sus labios la maravillosa historia de su vida, que muchos años después, cerca de medio siglo heredaría yo todo su Archivo, sus manuscritos, sus notas, su correspondencia con los hombres más sabios de su tiempo en el mundo entero, sus maravillosos dibujos, sus aparatos de medidas antropométricas y que llegaría a escribir basándome en aquella voluminosa documentación una biografía y que mirando retrospectivamente a aquella mañana de nieve, repetiría yo en otros continentes las hazañas del maestro.

Aquella mañana, Don Domingo, testigo excepcional de la pérdida de Filipinas, uno de los últimos de Filipinas, con su prodigiosa memoria, a veces empañada por la emoción de sus recuerdos, me contó una de sus aventuras más notables y quizás más peligrosas de su vida de naturalista y antropólogo. D. Domingo sonrió bajo su cano y poblado mostacho.

 ¡Pero si mi historia ha sido siempre muy corriente, vulgar!
Este era D. Domingo. Modesto, humilde, callando todo lo suyo, sin darle importancia.

Pero yo sabía que CAJAL admiraba sus maravillosos dibujos hechos a plumilla o a punta de lápiz. Dibujos del sistema nervioso de los invertebrados que hoy tengo en mi Archivo.
Recuerdo que en una reunión internacional en la que participé muchos años después, había un grupo de investigadores brasileños y alemanes y en honor a mi presencia española comenzaron a mencionar trabajos de autores españoles de su especialidad o afines.

Y cuál no sería mi grata sorpresa cuando saltó de inmediato el nombre de D. Domingo Sánchez…

Sus trabajos sobre el sistema nervioso de los hirudíneos son imposibles de igualar, me dijeron.

Me siento realmente orgulloso al escuchar aquel espontáneo reconocimiento a la que los españoles creemos labor inédita de un hombre sencillo y humilde que vivió opacado por la sombra del gran maestro al que admiraba, su Don Santiago Ramón y Cajal.

Pero su historia no era ni corriente ni vulgar. Fue excepcional. Y Cajal lo sabía. La admiración y el respeto eran mutuos.

Cajal había tenido una etapa también aventurera de la que nunca quedó totalmente "curado".

Los dos quedaron marcados por el sello de la selva tropical, por los paisajes cálidos, húmedos, verdes explosivos, donde la piel está eternamente cubierta de sudor.

Ambos recordarían con frecuencia aquellos horizontes preñados de gigantescos árboles, espavés, bongos, Cavanillesias, de densa vegetación, de lianas colgantes o trepadoras, de filodendros de hojas descomunales, de ríos recorridos en canoas hechas de un solo tronco por los indígenas.

Ambos recordaban el rítmico paleteo del remo o de la pértiga al chocar con el agua deslizándose corriente abajo o el estruendo de los raudales. Cajal, en la manigua cubana, Sánchez en la selva filipina, y con frecuencia ambos evocaban el aroma de las orquídeas, o la brisa cargada de olor a mar, fuese del Morro a La Cabaña en Cuba o de la Isla Corregidor a Cavite en Manila.

Don Domingo era un narrador sensacional y me consta que CAJAL le escuchaba embelesado.

Cajal vio la selva retratada en su textura del sistema nervioso del hombre y los vertebrados.
Sánchez en los invertebrados.

Cuando Cajal describe la corteza cerebral recurre a imágenes exóticas entrevistas en la manigua.

Recordemos aquella gráfica descripción de las terminaciones nervioso-somáticas y nervioso-dendríticas que trepan "como las lianas en torno a los árboles de la selva tropical".

Cajal le dijo un día a Don Domingo:

 Escriba Usted todo eso que me cuenta. Creo que es muy importante. No sólo puede ser útil lo que usted diga a la Humanidad, sino que puede ser un estímulo para las generaciones que van a seguirnos.

Uno nunca sabe cuando siembra, quién y cómo recogerá el fruto.

 ¡Siembre, Don Domingo, siembre! Usted tiene un gran mensaje, toda una vida que contar.

Pero D. Domingo se sentía tan modesto que escribir sus memorias le parecía una vanidad insoportable.

 ¿Por qué no hizo usted caso a D. Santiago? le pregunté. Su vida, D. Domingo, puede en efecto servir de estímulo, puede ser útil a nuestra generación para enseñarnos que la aventura es compatible con la ciencia, que se puede uno divertir enormemente con el sano contacto con la Naturaleza y a la vez se puede estudiar, investigar y decir cosas nuevas, descubrir, explorar y ser un hombre de ciencia.

Y D. Domingo me contó así una de sus mejores aventuras:

“— ¡Bien! Escuche esto.
Allá en Filipinas, Bailili es una ranchería de igorrotes de las más importantes del Norte de Luzón.

Sus habitantes son agricultores que utilizan técnicas muy rudimentarias. Dada la altitud de esta región sobre el nivel del mar, a pesar de tratarse de una zona tropical, las temperaturas son relativamente bajas.

No se da en esta región ni el arroz, ni la caña de azúcar, ni la palmera cocotera propias de tierras bajas.

En cambio, la especie dominante es el pino que se extiende por amplias zonas cubriendo laderas y valles.

Entre los cultivos herbáceos se encuentran el camote, las patatas y verduras de toda clase.

Utensilio indispensable en esta región es la manta o capote que hay que usar para protegerse contra la lluvia y el frío.

Hombres y mujeres lo usan al menos durante las primeras horas de la mañana hasta que el sol comienza a templar el ambiente; disipando las nieblas de las primeras horas.

Las armas del igorrote son la lanza y el escudo, laligna o aligna, especie de hacha de hierro con ancha boca y corte por un lado y una punta o largo espolón por el opuesto y el consabido bolo o gran cuchillo o machete.

A mí ni el frío ni el calor me han hecho nunca mucha mella, pues me crié en esas tierras salmantinas, como hombre de campo y labranza que fui como mi padre, así que ni me asustó el calor húmedo, pegajoso y a veces asfixiante de Manila, ni el frío de las montañas de Luzón o del Volcán Taal.

De todas formas, en aquella ocasión llevaba también una buena manta sobre el cuerpo como cualquier igorrote. Mi misión por aquel entonces, como zoólogo contratado por el Ministerio de Agricultura, era estudiar fauna y flora de Filipinas y créame que disfrutaba con mi trabajo que me permitía pasarme semanas enteras con mis ayudantes indígenas, cazando por las más variadas regiones.

Me instalé pues, en casa de un amigo sargento que había sido del ejército español, pero que se había retirado casándose con una joven igorrote, hija del jefe de aquella ranchería o si quieres mejor lo llamaremos tribu.

Así, viviendo entre igorrotes, conociendo aquel español su lengua perfectamente y Félix, mi ayudante, el tagalog, no tenía problema para entenderme con ellos y además me sentía protegido por su influencia.

Así, establecimos allí nuestra base de operaciones.

Yo por entonces ya estaba sumamente interesado por la Antropología y la Etnología y el vivir entre ellos me permitía también adquirir mucha información sobre la vida y costumbres de aquellas gentes, que eran las más bravías y salvajes de las montañas de Luzón.

Durante mi permanencia en aquel apartado lugar, exploré, a diferentes alturas, las vertientes y laderas del famoso Monte de Data y toda la cuenca del Río Guinaguan, haciendo recolección abundantísima y variada tanto de la fauna como de la flora de aquella región, que se puede calificar de alpina por sus rasgos generales.

La cosecha de aves fue copiosísima y la de insectos, no menos abundante y curiosa por la presencia de especies de las grandes altitudes, muchas nuevas para mí.

Interesado vivamente por las cosas de la Antropología, inquirí de mi huésped la posibilidad de adquirir algunos cráneos humanos de aquellas gentes que debían ser representantes de los más puros del tipo indonesio.

Mas el hombre me aconsejó desistir en absoluto de ese empeño, porque para los igorrotes, la profanación de los cadáveres, constituía un gravísimo delito que se pagaría con la vida.

Además, aunque él acaso se hubiera prestado a ayudarme si estuviésemos en otras circunstancias, teniendo a su propia mujer igorrote, siempre por allí cerca y visitas constantes de familiares de ella, juzgaba imposible tal intento.

Sin embargo, yo deseaba, cuando menos, saber dónde y cómo depositaban sus cadáveres, constándome que no los enterraban sino que los guardaban en lugares especiales.

Pero en mis pesquisas, revisando barrancos v escondrijos mientras cazaba, no había logrado dar con ninguno.

Mas una mañana, cuando ya llevaba varios días allí y había logrado tener simpatías entre aquellas gentes, hallándose en nuestra casa dos hombres acaso simplemente por la curiosidad que mi persona despertaba en ellos, procuró llevar la conversación hacia el trato que se daba a los muertos y cuando me pareció momento oportuno, le preguntó en tagalog y utilizando a mi ayudante, Félix, un indígena del Sur de Luzón, como intérprete.
 ¿Cómo hacéis aquí para enterrar a los muertos?
 Nosotros no enterramos a los muertos, respondió enseguida uno de ellos.
 Pues nosotros los "cartillas" (castillas) (nombre que el indígena da al español, por corrupción de castellanos o castillos) sí los enterramos, porque están mejor así resguardados de las fieras o de los animales, repliqué.

Y añadí:

— A mí me han dicho que vosotros también los enterráis para que no los toquen los perros ni otros animales.
 ¡No señor, no! —insistieron los dos al mismo tiempo.
 Entonces, si no los enteráis ¿qué hacéis con ellos?, insiste.

Los llevamos al sitio destinado para ellos.

 Bueno, y allí estarán tapados con tierra, como hacemos nosotros, —reiteré de nuevo con objeto de que me diesen detalles para poder encontrar el o los depósitos.

No se puede echar tierra encima de los muertos, replicó uno de ellos.
 Pues yo creo que los enterráis, pero no queréis decirme el sitio donde están.
 No enterramos, señor. ¿Quiere usted ver? —dijo el que parecía llevar la voz cantante.

Aparentando indiferencia, repliqué:
 No tengo interés ninguno en verlo.

Se pusieron en pie haciendo ademán de salir y marcharse.

Al verlo dije, aparentando creerlos:
 Bueno, puesto que os empeñáis en que lo vea, ¡vamos allá!

Era precisamente lo que yo deseaba.

Tomé mis armas, precaución que nunca olvidaba por si surgía alguna buena presa, llamé a Félix, mi ayudante, para que nos acompañara y salimos los cuatro de la casa.

Después de caminar un rato por el campo, entramos en un profundo barranco bordeado y sembrado de enormes peñascos, cauce entonces seco de un torrente que se formaba al parecer en la época de las grandes lluvias.

Ellos iban delante saltando de peña en peña y yo, por no quedarme atrás ni pedir que acortaran la marcha, hacía casi lo mismo que ellos.

Pero como yo llevaba botas, estaba a cada momento en peligro de caer y descalabrarme, ¡No sé cómo no me maté o me rompí algún hueso cayendo por alguno de aquellos precipicios!

Al cabo de un rato, los hombres se detuvieron, señalándome con la mano una gran excavación en la roca, una verdadera cueva, alta como de unos cuatro o cinco metros de profundidad, perfectamente resguardada de la lluvia por el muro frontal cortado a pico y del agua del torrente porque su fondo estaba bastante más alto que el nivel de aquélla aún en las crecidas.

Dirigí la mirada hacia el punto que me señalaban y presencié un espectáculo bien macabro.

Allí había una gran cantidad de cráneos y huesos humanos muy revueltos y mezclados y arrimados a las paredes, tres o cuatro cajas de madera como verdaderos ataúdes hechos de dos piezas: una excavada, honda, que era la caja, hecha de un grueso tronco de árbol y otra más o menos plana, que era la tapa, sujetas una a otra por una o dos estacas clavadas en los extremos.

Aquellos féretros contenían los restos de personas distinguidas de la colectividad.

A cierta distancia de aquélla, siguiendo el curso ascendente del arroyo, me enseñaron otra situada en la margen derecha.

Pero esta cueva era de entrada más baja y estaba tapada hasta cierta altura, un metro y medio más o menos del suelo, por muro muy grosero de piedras amorfas y desiguales.

Quise acercarme para ver lo que había dentro, pero inmediatamente produjo en aquellos hombres una profunda expresión de terror, mientras gritaban horrorizados y comenzaban a huir.

Al verlos en esta actitud, les imité, y corrí tras ellos para tranquilizarles.

Cuando se convencieron de que me alejaba sin llegar al sagrado recinto se tranquilizaron.

Sirviéndome de Félix como intérprete, procuré convencerles de que no tenía ningún interés en ver lo que allí había y que yo guardaba mucho respeto a los muertos.

Me pareció que aceptaron como buenas mis explicaciones. 

No sé si habría otros depósitos.

Probablemente sí; pero yo no pretendí que me enseñasen más. Aparentando indiferencia les seguí sin pronunciar una palabra más sobre el particular.

A la salida del barranco, seguimos por un sendero muy trillado que era evidentemente el camino normal para llegar a aquellos cementerios.

A mi regreso me limité a comunicar al ex-sargento la noticia de nuestra excursión, pero sin concederle, en apariencia, la menor importancia.

Después no volví a hablar sobre el particular.

Me limité a pedirle prestado unos cajones que tenía en el patio de la casa para meter en ellos las plantas que iba recogiendo.

Aquella tarde y las siguientes anduve cazando por aquellos alrededores procurando enterarme bien de la situación de los osarios y del sendero del cementerio, alejándome a ratos, internándome en los bosques próximos y volviendo de nuevo ya por una u otra orilla, pero sin bajar al fondo del barranco ni siquiera al principio de la bajada por si alguien me observaba.

Félix y yo quedamos perfectamente enterados del lugar de acceso y convenidos en un plan para obtener algunos restos óseos.

En la noche del último día de mi estancia en la zona y con pretexto de pasear un rato a causa de una mala digestión, salí al exterior acompañado por Félix.

La noche estaba fría y había niebla bastante densa.

Paseamos un rato alrededor de la casa y cuando nos pareció que todo el mundo dormía en el poblado igorrote, pues no se oía el menor ruido, nos acercamos al sendero.

Félix bajó por él y yo me quedé en la parte más alta.

Al poco rato subió con dos cráneos, que escondimos cuidadosamente entre la maleza. Volvió a bajar otras tres veces, trayendo de cada una dos calaveras que fuimos guardando con las otras todas separadas, aunque en sitios próximos.

Bajó de nuevo y al poco rato oí golpes que me parecieron dados por él. Tosí, que era la señal de alarma convenida y al momento apareció mi ayudante.
 ¿Que hacías hombre? le pregunté en voz baja.
 Quería abrir una de aquellas cajas señor, pero no podía sacar el palo sin golpearlo.
 Pero, hombre, ¿no ves que pueden oírlo los igorrotes y si se enteran de lo que estamos haciendo nos cortan la cabeza? ¡Vamos ya! ¡Ya tenemos bastantes!

A poco de acostarnos, cayó un verdadero diluvio.

Dormí poco y mal.

No tenía mi conciencia de antropólogo muy tranquila por lo que acabábamos de hacer.

A eso del amanecer oí un ruido metálico lejano. Puse atención y me pareció reconocer el inconfundible repique de los gun, ganza o batintín de los igorrotes que ya conocía.

No di importancia a aquello, creyendo que sería alguna ceremonia o fiesta de la ranchería.

El ruido se acercaba y como no me dormía, me levanté y fui hacia la puerta de la casa.

Ya estaba allí el ex-sargento a quien después de dar los buenos días, pregunté:
 ¿Qué es eso? ¿Por qué tocan esas gentes?
 Tocan, me respondió con la mayor tranquilidad, a cortar cabezas. Sentí un escalofrío, el corazón me dio un vuelco y creo que cambié de color, pero procuré serenarme enseguida.

Continuamos a la puerta guardando silencio y mirando hacia la cima del Datá, de donde venía el ruido.

Al poco rato apareció cerca de la cumbre un grupo de gentes que caminaban en fila desigual siguiendo las inflexiones del Sendero por donde bajaban.

Eran igorrotes de nuestra ranchería, según me manifestó mi acompañante.

Un tanto intranquilo pensaba que quizás aquellas gentes se habían dado cuenta de nuestro saqueo de la noche anterior y venían a por nosotros en son de venganza.

Mas luego, reflexionando, decía para mis adentros, quizás para tranquilizarme:
 Pero para vengarse de nosotros, ¿qué necesidad tenían de ir a reunirse al otro lado de la montaña? ¿No les habría sido más sencillo y eficaz atacarnos allí, junto a la casa o en la casa misma durante la noche, cuando casi no habríamos tenido medios de defensa?

A pesar de mis razonamientos no podía tranquilizarme.

Al contrario, a medida que aquella masa ruidosa y movediza de gente avanzaba hacia nosotros, crecía mi desconfianza y aumentaba mi zozobra.

Estaba casi convencido de que venían a por nosotros en venganza por la profanación que habíamos cometido.

Aquello parecía un rito para exasperar a sus víctimas.

Como no podía comunicar mis temores a mi huésped que ignoraba los motivos de mi sobresalto, disimulé y decidí aprestarme a la defensa.

Por ello dije al Sargento:
 ¿Quiere usted que vayamos a verlos venir? Subidos ahí en la peña grande podremos presenciar mejor sus movimientos.

La peña a que yo aludía era un enorme peñasco de no muy fácil acceso, de más de cinco metros de altura que ofrecía buena posición para defenderse de los ataques en campo abierto al que dominaba.
 Vamos, me dijo mi huésped, ajeno a lo que yo pretendía.

Estaba dispuesto a vender cara mi vida. Encaramados en la roca, podría resistir con mi rifle hasta el último cartucho a pesar de las lanzas arrojadizas.

Nos encaramamos en la peña.

Yo sudaba a pesar de fresco de la mañana.

Me latía el corazón con fuerza.

Los oídos me zumbaban.

Mientras tanto, la comitiva seguía descendiendo y aproximándose a nosotros.

Yo seguía sin pestañear sus movimientos.

Mi compañero, más sereno y despreocupado que yo, observaba cuidadosamente, y estando bien al tanto de sus costumbres, exclamó:
 ¡Allí la traen!
 ¿Qué traen?, pregunté yo sorprendido y extrañado.
 La cabeza, replicó con seguridad.

Y siguió diciendo:
— ¿No la ve usted? La trae el que viene delante. La lleva clavada en la lanza que trae al hombro.
 Mírelo usted, ahora se ve bien

En efecto, lo vi perfectamente.

La emoción que sentí entonces al comprender que no era yo el objeto de la cacería de cabezas me hizo que no pudiera disimular mi satisfacción.

Más tranquilo ahora, seguimos desde nuestra atalaya la llegada de aquel fúnebre y macabro cortejo.

Cuando llegaron a unos metros de nosotros, cambiaron de dirección, encaminándose a un descampado en el que se alzaba un cobertizo.

Los músicos sde dispusieron en círculo, en cuclillas y los demás provistos de sus lanzas y escudos comenzaron a danzar alrededor del cadáver de un caballo situado junto al cobertizo.

Encendieron algunas hogueras y comenzaron a despedazar el caballo y asar grandes trozos de carne.

Mi huésped me explicó que la cabeza que traían era la de un igorrote de una ranchería situada al otro lado de la montaña.

Se trataba simplemente de un acto de represión para vengar la muerte dada hacía pocos meses por aquella otra tribu al hijo de uno de los jefes de aquella en que nosotros vivíamos.

Y añadió que probablemente no se darían por satisfechos con aquello. La fiesta era el clásico "cañero", comida, bebida y danza ritual igorrote. Me pareció muy oportuno el momento, ya que estaban así todos entretenidos, para ir a recoger yo "mis cabezas".

Así, anuncié a mi huésped el propósito de ir a recoger unas plantas interesantes que había visto uno de los días anteriores en la orilla del bosque no muy lejano.

Para ello llevaría uno o dos de los cajones que había allí vacíos en la casa y que ya él me había ofrecido.

Me contestó que podía disponer de ellos a mi gusto.

Él se quedó contemplando aquella ceremonia, a pesar de lo sucia y repulsiva que resultaba.

Fue una gran ventaja, primero la ausencia de los igorrotes la noche anterior por estar en su cacería de cabezas y ahora por lo entretenidos que estaban en prepararla como trofeo.

Ahora me explicaba por qué no había oído ningún ruido cuando anduvimos nosotros en nuestra cacería de cabezas.
Félix y yo cogimos uno de los cajones y dando un pequeño rodeo, a poco llegamos al lugar donde estaban escondidos los cráneos.

Colocamos cuatro en el cajón, bien envueltos en hierbas, procurando que algunas de éstas quedaran visibles asomando fuera y sujetamos bien las tapas con bejucos.

Enseguida fue Félix por otro cajón y metimos en él los otros cuatro cráneos igualmente cubiertos con hierbas como los otros.

Repetimos la misma operación de cierre y sujeción de la tapa.

Los llevamos con cuidado a la casa colocándolos en un rincón poniendo sobre ellos las prensas del herbario, los tampipis (maletas) con las pieles de las aves preparadas y cuantos achiperres encontramos a mano, pero cuidando siempre que se viesen asomar algunas hierbas por las hendiduras de los cajones.

Aquel día ya no salí de casa, dedicándonos a la preparación de objetos, cambio de papeles a las plantas del herbario, poner etiquetas y otras operaciones necesarias, pero también convenientes para aparentar ocupación sin necesidad de salir al campo.

Cuando regresó el ex-sargento, me refirió los detalles del cañero o festín de los igorrotes, algunos de los cuales eran bastante repugnantes.

Yo le anuncié mí propósito de regresar a Mancayán al día siguiente donde debía continuar mi trabajo para después regresar a Manila.

Lo cierto es que no deseaba que por cualquier circunstancia fortuita se descubriese nuestra "caza de cabezas".

Aquella noche dormí muy poco, sobresaltado y como se suele decir con un ojo abierto y otro cerrado, pero descansé.

Al día siguiente tampoco tenía intención de salir de la casa para no perder de vista los cajones, pero mi huésped me explicó cómo los igorrotes desecaban algunos cadáveres para conservarlos momificados, lo que me interesó sobremanera.

Pues si le interesa a usted quizás pueda verlo, pues ahí tienen uno.
 Vamos a verlo, dije yo. En efecto, me interesa mucho.
 No sé si nos dejarán acercarnos mucho, pues sólo los sacerdotes encargados de esta ceremonia pueden tocarlos, pero aunque sea de lejos algo podremos ver.

Cogí mis armas que no abandonaba ni para dormir y salimos en dirección a los cobertizos.

Félix quedó de guardia en la casa.

A veinte metros de los cobertizos nos detuvimos.

Un cadáver de hombre adulto colocado sobre una especie de plataforma en cuclillas, con los pies un poco separados, los codos apoyados sobre las rodillas y los brazos cruzados delante del pecho, en posición fetal, era mantenido en esa postura por medio de estacas.

Tenían fuego cerca con el que producían lentamente su desecación colocando brasas debajo de la plataforma.

El olor de carne o grasa quemada llegaba hasta nosotros. 

Varios igorrotes de avanzada edad iban y venían alrededor del muerto, vigilando la operación.

Estuvimos poco tiempo allí, regresando a la casa.

Conseguimos dos cargadores a los que ofrecí una gratificación para que nos ayudasen a llevar el equipaje hasta Mancayán, donde quería llegar antes de la hora de comer.

Los hombres tomaron sus fúnebres cargas que eran bastante ligeras y despidiéndome del amable ex-sargento, nos pusimos en marcha.

No iba yo muy tranquilo, pensando que pudiera abrirse algunos de los cajones y salir rodando las calaveras, pero afortunadamente no ocurrió ninguna novedad, llegando sin más problemas a Mancayán donde pronto acomodamos todo en mi alojamiento.

Pagué a los igorrotes de Bailili y me despedí de ellos con un fuerte apretón de manos.

Respiré profundamente.

La labor había sido muy positiva.

Una buena colección de aves, reptiles, insectos, algunos anfibios y moluscos con un abultado herbario iban guardados en los paquetes y entre ellos los ocho cráneos auténticos de igorrotes. No podía pedir más de aquella expedición.

Además varios cuadernos de densa información sobre las costumbres y datos etnográficos de aquel interesante pueblo completaban el producto de la expedición.

Había aprovechado bien el tiempo.

No estuvimos mucho tiempo en aquel lugar pues el misionero amigo mío que allí vivía andaba de gira, así que continuamos camino con otros porteadores hasta Cayán o Cervantes como se llama en español otro de los caseríos.

Situado en zona más baja, es terreno diferente, surcado de ríos y vegetación ya plenamente tropical.

Estuve cazando allí y herborizando varios días en las riberas de los ríos Abra y Comillas.

Luego me trasladé a Angaqui en la falda del cerro Tobalina en una semimeseta.

El padre misionero estaba allí.

Había cumplido mi encargo.

Uno de sus criados había recogido de una antigua ranchería otros cuatro cráneos de igorrotes sacados de una cueva y me los tenía preparados en otro cajón.

Después de hacer compañía al misionero cinco días durante los cuales aprendí y obtuve de él mucha información sobre la vida de los igorrotes, marché a San Emilio de Tiagán, a pie como de costumbre y cazando por el camino.

En Tiagán estuve una semana consiguiendo abundante material tanto de la fauna como de la flora de la región.

Al cabo de aquellos días decidí marchar a Santa María donde me esperaba preocupado por mi tardanza otro misionero, el P. José. Seguía en zona de igorrotes.

El P. José los conocía muy bien.

Pude conversar con muchos de ellos.

Son los igorrotes de estatura y corpulencia regular, algo mayores que los tagalogs, de cuerpo robusto, musculoso en los hombros, de contornos suaves en la mujeres, de color relativamente claro.

El pelo grueso, liso y negro; la nariz no muy ancha y relativamente recta, unido todo a una mirada apacible.

Las mujeres suelen ser de fisonomía agradable.

Estos grupos de las zonas bajas no parecen tener costumbres tan bárbaras como los de la montaña. Pocos días después marchaba al cercano puerto de Vigan donde embarcábamos con todos los bultos de la prolongada expedición a bordo del vapor Churruca.

No llevábamos tres horas de travesía cuando de pronto nos cogió un baguío espantoso.

La tripulación temblaba y yo también. Hacía poco que en aquel mismo lugar y por razones parecidas había naufragado el Gravina, barco gemelo del que llevábamos, perdiéndose con él toda la tripulación. En el golfo de Lingayen el mar estuvo a punto de devorarnos, y como pudo, el capitán logró llevar su barco al puerto de Bolinao, donde está amarrado el cable submarino que comunica con Hong-Kong. Logramos fondear.

Hay que haber padecido uno de estos baguíos de los mares de Filipinas para saber lo que significan.

Nos salvamos de milagro.

Cuando los nubarrones se almacenan y el viento comienza a soplar con velocidades de vértigo, el mar empieza a agitarse de tal forma que olas de increíble altura mueven la más poderosa embarcación como si fuera una cáscara de nuez.

Todo se acompaña de un copiosísimo aguacero y la cerrazón es tal que no se distingue nada a veinte metros de distancia.

No se sabe si va uno a estrellarse contra alguno de los abundantes arrecifes de coral o contra la costa o se va uno a precipitar al fondo del océano.

Y como decía el capitán: aquello no era más que el "coletazo" de un ciclón o tifón de aquellas latitudes.

Tres días tuvimos que permanecer en el puerto, al cabo de los cuales el barco partió en dirección a Manila donde llegábamos sin más novedades después de casi tres meses de expedición por tierras del Norte de Luzón.

Cuando vi mí carga de cráneos en sitio seguro y el abundante resultado de la expedición en su almacén listo para su estudio sentí una satisfacción muy grande y un poco de remordimiento por haber tenido que obtener los cráneos igorrotes de aquella manera, aunque sabiendo cómo ellos obtenían los cráneos de sus enemigos me parecía que no era más que una escaramuza en la cacería de cabezas practicada desde tiempo inmemorial por la humanidad con fines diversos".

Mientras D. Domingo me contaba su aventura de cacerías de cabezas en Filipinas, habíamos ido caminando y deteniéndonos de vez en cuando, disfrutando del sol que ya comenzaba a derretir la nieve.

Ambos prolongábamos lo más posible la estancia fuera de los lóbregos muros del Cajal.

El aire libre (en aquellos tiempos: aún no se sabía lo que era la contaminación del aire en Madrid), tonificaba nuestros pulmones con el aroma que procedía de las plantas del Retiro, que aún en invierno huelen bien.

En la puerta del Cajal terminó la narración.

D. Domingo se fue con sus Hirudos medicinalis y sus preparaciones y yo a mi Laboratorio después de despedirme afectuosamente de él.

Muchos años después tuve la oportunidad de estudiar algunos de aquellos cráneos.

Yo le había preguntado al Dr. Sánchez:
 ¿Y qué hizo usted con los cráneos de los igorrotes?
 Los traje a España. Algunos se los obsequié al Dr. Pedro González de Velasco para su Museo, otros los conservo todavía. Llegué a coleccionar más de 400 cráneos de todas las Islas Filipinas pero un desafortunado incendio en Manila destruyó la mayoría de aquella colección, pero los de los igorrotes se salvaron en su mayoría.

Es preciso resaltar el hecho de que durante su estancia de 14 años en tierras filipinas, tierra a la que amó entrañablemente y que recordó toda su vida, tanto la capital del Archipiélago como en las ciudades y pueblos del interior, rancheras y misiones aún en los campos y bosques, mostró en todo momento tan gran afecto por los naturales que su figura se hizo muy popular entre la población aborigen, sabiendo infundir confianza y respeto a las personas que le trataron.

Sus rasgos de valor, su fuerte complexión de castellano viejo, de salmantino formado en las faenas del campo, le permitió soportar estoicamente toda clase de incomodidades y fatigas, arrostrando peligros que despertaron la admiración del filipino del campo que sabe reconocer a un baquiano inmediatamente.

D. Domingo Sánchez era de esos hombres "de frontera", capaces de ingeniárselas ante cualquier dificultad que se presente en un medio hostil como es la selva o los ríos o los mares tropicales.

Su preparación física excepcional le sirvió de mucho para soportar las fatigas de todo tipo, su habilidad con las armas de fuego y su certera puntería le salvaron en muchas ocasiones de perecer.

En cierta ocasión me dijo: 
 Le aseguro mi querido amigo, que nunca sentí en la selva el temor que he sentido aquí en la ciudad.
 Aquí en la metrópoli hube de ejercitar en más de una ocasión la serenidad y sangre fría, acaso con más firmeza que en Ultramar, porque allí que yo recuerde, nunca tuve que tener enemistad personal con nadie. El peligro dependía de las peripecias de la caza, la pesca, la navegación por los mares de rápidos, del estado de incultura o tribus de los más apartados rincones de las islas.
 Aquí en cambio he tenido, he tenido que habérmelas con hombres de "cultura" elevada escudados casi siempre en su posición social o sus cargos oficiales que les conferían una superioridad sobre mí de que carecían por su propia persona. Amparados en aquellas patentes de corso, sus embates eran para mí más temibles y peligrosos que los baguíos, los negritos filipinos, los igorrotes cazadores de cabezas o los ladrones, incluso que los insectos o las enfermedades tropicales de las que podía defenderme con mi mosquitero.
 Mas ante mi aparente indiferencia y serenidad, se estrellaron casi siempre sus maquinaciones. Yo procuré estar siempre en mi puesto y lo conservé a pesar del rigor de las intrigas.
 Pero, ¡qué bien se vivía en aquellas selvas!

Y su mirada nostálgica se dirigía hacia Oriente, como el árabe que mira a La Meca al postrarse en oración. Entonces no comprendía totalmente cuanto me decía D. Domingo. Hoy sí, le comprendo perfectamente porque he pasado por idénticas experiencias. A veces siento que su espíritu, tan identificado con el mío ha reencarnado y que cuanto he realizado por mí mismo no ha sido más que continuar la labor de aquel gran anciano al que CAJAL distinguió con su amistad.

Como él siento yo la "llamada de la selva", lo mismo que el lobo, que de cachorro es criado como animal doméstico.

Por ello quisiera que su figura fuese ejemplo vivo a seguir por las actuales generaciones jóvenes de médicos e investigadores, como lo fue para mí, ya que puedo asegurar que el camino de la ciencia y la aventura que él me mostró, ha producido grandes dividendos, no sólo de la satisfacción personal sino de los servicios que he podido prestar a muchas personas que viven en esas regiones donde el sufrimiento, el dolor y la muerte son los compañeros de viaje diarios del hombre.